Sáb. Mar 22nd, 2025

Antes del análisis, la profundización y la interpretación del momento, se hace necesario revisar los sucesos que van desde las PASO en septiembre hasta las inminente generales de noviembre.

Así como leer no alcanza con el reconocimiento de los signos de la escritura, sino que ese acto se completa verdaderamente con la interpretación del sentido, tampoco es suficiente sumar o restar sin aplicar el entendimiento de los números que arroja una elección. “Las palabras no son sólo palabras, definen los contornos de lo que podemos hacer”, según el oportuno pensamiento de Slavoj Zizek. Los actores de la política deberían recordarlo cada instante, desde luego, si es que lo leyeron.

La derrota catastrófica atribuida al oficialismo en las PASO es, por lo menos, una calificación desmesurada. Si se analizan los números provincia por provincia y los totales en la Nación, la diferencia es del 8,81% a favor de quienes vencieron. Y, en tanto, si el análisis es más fino, en el territorio que “Todos” pretendía seguir “sitiando”, la diferencia es de cuatro puntos. No se puede llamar a éste un resultado catastrófico. Es cierto que se gana o se pierde por un voto, pero una mirada de 360 grados demostraría que aún con esos números el amperímetro no se mueve demasiado. La inclinación política de los ciudadanos en términos de decisión e intención de voto está invariablemente repartida en tercios: los dos tercios de la grieta (que pueden oscilar) y el tercio de los extremos. Es CFK la que entra en pánico si pierde el quórum o la mayoría en el Senado. Lo demás no cambia, aun considerando el espasmódico fenómeno Milei y otras variantes en Diputados.

Los mapas y toda otra manifestación gráfica para representar el triunfo de “Cambiemos” están coloreados. Una primera mirada nos enfrenta a un territorio casi completamente amarillo huevo. Este color tiene un peso simbólico unívoco: es el color del PRO y de los globos que desplegaron en el triunfo de 2015. Si bien hubo otras fuerzas que lo acompañaron, de exiguo peso posterior, el color se le atribuyó a Macri. La ventaja que adquirió “Juntos” es inseparable de la primacía territorial de la UCR. Nunca hubiera ocupado el primer lugar sin el radicalismo, especialmente, luego de la propia interna a la que tan sabiamente se llamó esa fuerza antes de estas PASO. Victoria Tolosa Paz no es una candidata pregnante para la provincia de Buenos Aires, pero Diego Santilli tampoco la hubiera superado sin los 15 puntos de Facundo Manes, por ejemplo. Y así en casi todas las provincias fue la UCR la que elevó los resultados de “Juntos”.

La codiciada Región Centro

Santa Fe, pactos preexistentes, Constitución y República

La situación de la Región Centro es altamente representativa: en Santa Fe, a la UCR le pertenece casi el total de la ventaja de “Juntos” respecto de “Todos”, el PRO puede haber hecho la diferencia, pero nunca a la inversa. La segunda fuerza, el peronismo dividido y conformando una rara mezcla de kirchnerismo, antikirnerismo, albertismo, antialbertismo y peronismo tradicional alcanzó los puntos duros que acumula “per se”. Se estima que los que perdió tienen como causa los vaivenes del Gobierno nacional, más que al prolijo perotismo o al rebelde rosismo, sin olvidar la sustantiva tercera fuerza del socialismo. La campaña se está desarrollando hasta ahora con una elegancia inusual. Los prolegómenos fueron turbios, pero se llegó a las PASO discretamente. Lo apuntado se refiere al flujo interno del peronismo santafesino, más allá de algunas desprolijidades en torno de las invitaciones no cursadas por Olivera al PJ. En cambio, hacia afuera, medios, opositores, autoconvocados, voces intencionadas  insisten con desprestigiar a Omar Perotti. Los errores, sean o no de su responsabilidad, son amplificados y reproducidos hasta por los medios nacionales. Sus aciertos, ajeno a la casi inexistente política de comunicación gubernamental, se pierden. Es imposible soslayar, aunque esté en juego el derecho a la libre expresión, el tratamiento vulgar, superficial, injurioso y calumniante que se le da al problema del narcotráfico en Santa Fe. El periodismo porteño tendría que tomar un curso acelerado de historia institucional argentina. Cuando se refieren al narcotráfico elevado a la categoría de Cartel, dicen Santa Fe a secas y cuando quieren destacar alguna cualidad se refieren a Rosario como capital de la provincia. Incluso un conocido conductor rosarino afirmó ligeramente que la ciudad de Santa Fe recibía más gendarmes que Rosario porque es la capital. Falacia evidente, pero en este caso, sí recordó que la ciudad fue fundada como capital y decisiva en la Constitución de la república. Al mismo tiempo, el otrora periodista y ahora conductor preguntaba con ignorante asombro a su panel cuándo había comenzado el crimen organizado en Rosario. Este destrato, por un lado, y desconocimiento, por el otro, se reproducen por lo menos en tres de los medios oligopólicos. El corpus para comprobarlo sería de difícil armado porque los casos superan lo previsible.

El desmerecimiento del centro norte provincial es repetido y palmario desde Barrancas al sur, casi secesionista, de ahí el nombre del diario rosarino. Hace unos años este desconocimiento de la ciudad capital llegó al Puerto, como tantas veces se ha dicho: el que ordena. En la actualidad inmediata, ya no se descalifica a la mitad de la provincia como un todo: el blanco es su primer mandatario, al que se le atribuyen la mayoría de los “pecados capitales” cometidos por una sucesión de gobiernos anteriores sin excluir a un sector del pueblo desinformado, iracundo, hordístico. Las escenas se multiplican “ad infinitum” con un Perotti sacrificial mojado por su propio sudor y el agua arrojada por una barrabrava de simios descerebrados que, además de aplicarle puñetazos, respondían al coro de “asesino, vos con Pullaro”. Imposible hacer más clara la evidencia: nombraban a dos opositores como si pertenecieran a la misma gestión. Durante ese escarnio, Omar Perotti no sólo tuvo un comportamiento impecable sino que desplegó una humanidad desconocida en general por los santafesinos. Mientras lo agredían, lo golpeaban, él mantenía su voluntad de dialogar. Secuencia perdida en el fárrago de las otras que lo denigraban por las pantallas. Una injusticia imperdonable ya que el gobernador había cancelado su encuentro en la Casa Rosada sólo para acompañar a los familiares de las víctimas de los pavorosos crímenes rosarinos. Simultáneamente, en la Legislatura santafesina se interpelaba a Marcelo Sain acusándolo de hacer proselitismo incompatible con su función pública. Al mismo tiempo, impedían la presencia de la prensa que hubiera podido dar fe del tratamiento en cuestión. “Algo huele a podrido…” en la Legislatura provincial. ¿Por qué se es tan ampuloso con un escrache sin ninguna justificación al gobernador y se practica la parquedad, más bien el silencio, con las denuncias rebosantes de pruebas hacia ciertos legisladores del sur del mismo espacio asociados con el juego clandestino y otras prácticas ilegales clásicas en la Rosario, llamada desde los años ’20, la Chicago argentina? Ese silencio también se hace extensivo a otros candidatos de fuerzas opositoras que igualmente son señalados de participar en esas prácticas (sin aludir al mote escandaloso de “narcosocialismo” inaugurado por la autoproclamada fiscal de la república, la Dra. Carrió). Hay un sector del periodismo de investigación, de incuestionable honestidad, poseedor de muchos más datos que los publicados. Su tarea es incansable, peligrosa y encomiable su discreción e incumbencia periodística. Son del sur, se aclara para que no queden dudas sobre el sentido de justicia que tienen estas notas. Estos son los hechos libres de interpretación y no implican una preferencia de quien escribe hacia ninguno de los candidatos nombrados. Pero la verdad sea dicha. Omar Perotti es una persona dedicada a la política, no es ni un santo ni un héroe, es un incansable trabajador que hace honor a su sangre gringa y un gestionador perseverante.

Entre Ríos, campo amigable y batalladora Caseros

En cuanto a Entre Ríos, venció “in totum” Rogelio Frigerio. Hasta su nombre indica la filiación a la que pertenece (el frigerismo de su abuelo que devino en MID). Aun integrado al PRO, tuvo su propio perfil cuando aseguró que el mejor gobierno argentino fue el de Arturo Frondizi (un ala determinante dentro de la UCR: la Unión Cívica Radical Intransigente que había acordado con Perón). No hay más que agregar. Rogelio Frigerio (nieto), como ministro del Interior de Macri, tuvo un andar bastante independiente en su estilo con el resto del gabinete y el propio presidente. Así lo demostró en su profusa recorrida por el territorio entrerriano. Más allá de los productores agropecuarios identificados con Macri, él logró un acercamiento significativo con más de la mitad de los habitantes entrerrianos. La mayor parte de su vida transcurrió en el Puerto decididor, como es de esperar cuando se trata de integrar los círculos del poder, pero su raíz está en las cuchillas entrerrianas, en sus trigales, en sus tambos y en el pastoreo de Aberdeen Angus, ambicionados por el mundo. Como pocos, Frigerio fue un generoso dialogador, cualidad más atribuible a él que, según la prensa ha querido, a Monzó. Entonces, su capacidad de abrir diálogos no sostenidos se extiende aún hasta con fuerzas opositoras a partir de las declaraciones de varios gobernantes contemporáneos a su gestión. Su discreto carisma trascendía y trasciende su filiación. Parece ser que a la hora de las decisiones y las preferencias, ese factor no lógico, emotivo del electorado, es conducido por un impulso más allá de lo racional. Diferencia muy clara con su colega Monzó, cuya astucia más sofisticada es irremplazable. Esta consideración viene a cuento de la pregunta que tanto  O’ Donell como Dall se formulan (dos estudiosos incansables del sistema democrático) ¿es posible el dialogo entre fuerzas opositoras?  La respuesta taxativa es: “El peligro es que la interacción se convierta en operación”. Monzó está más cerca de la última. No en vano en los pasillos del mundo político se lo menciona siempre anteponiendo su nombre al adjetivo operador.

Por los humildes argumentos esgrimidos antes, Rogelio Frigerio también es un digno representante de la Región Centro: exhibe una trayectoria impecable, no está relacionado con ninguna imputación, entiende al “campo” con ecuanimidad, tiene llegada al trabajador y al excluido entrerriano, sólo le restaría una buena sugerencia de campaña: ser más expeditivo en las entrevistas y mantener un solo discurso sin importar en qué medio se lo realicen. En cuanto, al papel del peronismo a secas en la provincia de Entre Ríos, no parece diferir del piso de esa fuerza respecto de las demás jurisdicciones, tal como se dieron en las PASO. Bordet aparece como un digno gobernador, pero la coalición a la que pertenece tiene varias figuras procesadas por enriquecimiento ilícito y su gestión no acumula poder popular. De cualquier manera, el pueblo entrerriano históricamente peronista o radical no ostenta diferencias agudas ni las sigue. Votará según el espejo en el que se mire.

Córdoba, conocimiento y astucia, una combinación envidiable

Para completar la Región Centro, Córdoba es históricamente una provincia más complicada y definitoria. En todos los momentos cruciales, la referencia era tomar el pulso de Córdoba. Fue así desde la colonia. Pionera del conocimiento, creadora de la primera universidad del Río de la Plata fue y es reconocida no sólo en América Latina sino en todo el mundo. El lector sabrá que fue el termómetro de la historia política argentina durante más de medio siglo. Córdoba y su sindicalismo progresista combaten una de las dictaduras, Córdoba y su germen de “la Libertadora” destituyó a Perón, Córdoba, su “Calera” y su inolvidable Cordobazo mellaron a Onganía, Córdoba ponderó al gobernador más revolucionario, Córdoba (con el peronismo proscripto) dio al presidente más democrático y más ejemplar de Argentina, Arturo Illia. Córdoba, baluarte sin el cual Mauricio Macri no ganaba en 2015 la nación. Córdoba es impredecible. Córdoba es caprichosamente bipolar por elección. Aun así, el arraigo de Schiaretti y de De La Sota es tan inobjetable como algunos referente de la UCR: Mestre y Negri. Si bien en estas PASO el ganador fue Luis Juez (peronista renegado de la primera hora), nada hubiera hecho sin el tributo de la UCR con Negri. En tanto, en la compulsa de Córdoba, la diferencia entre “Juntos” y “Todos” no puede considerarse en términos absolutos. Venció “Juntos”, pero los números del peronismo deben leerse sumando el minúsculo kirchnerismo y el delasotismo. Como fue siempre en Córdoba, la docta, los límites se desdibujan: triunfa Cambiemos con un peronista reforzado por un radical y el oficialismo sólo representa un peronismo dividido, pero peronismo al fin, con el tercio duro de los últimos años. Córdoba es Córdoba. Integrando a la Mona Jiménez, un personaje que representa a la subcultura de masas, pronta  a  su  show  con L – Gante (digresión aparte). También eso es Córdoba.

Schiaretti, piamontés y montonero, es un peronista de trayectoria múltiple, adaptado, como pocos cuadros militantes, a la coyuntura que le tocó o le toca vivir. De origen diferente al “Gallego” José Manuel De La Sota por los espacios en los que se formaron. Mantuvo una amistad férrea y con altibajos con el difunto integralista. De todas maneras, ellos, con vicios y virtudes constituyen el peronismo cordobés. La denominación es estrecha porque no sólo son la fisonomía del peronismo sino la de Córdoba misma. Juan Schiaretti tiene una capacidad de movimiento, de adaptación darwiniana que lo ubica casi siempre en la cúspide. Lamentablemente, por razones personales y de las otras, no competirá en la Nación como representante de la Región Centro.

Para el ’23 (que está muy lejos y muy cerca), si esta franja de la patria quiere tomar el timón que sabe pulsar y conoce su brújula, hay que tener en cuenta sólo dos líderes futuros (extendiendo el dibujo de límite a límite, podría integrarse una promesa digna de dar batalla, San Juan). 

En el gran teatro de la política actual donde casi nadie es lo que parece, las nombradas antes son imponderables virtudes: humildad, laboriosidad, astucia, dialoguismo, bonhomía. Tres candidatos que no avergüenzan. En tanto, también sin adjetivaciones, hay una crítica no enunciada por la prensa, seguramente porque no conviene. La trayectoria, la actuación, la formación, los principios asociados con un oportuno pragmatismo, entre otras definiciones, harían de estos hombres excelentes candidatos con una voluntad de poder transformador. Cualquiera sería el indicado para representar la Región Centro a medio camino entre el Puerto megaurbanizado, elefantiásico, con un centro cada vez más rico y una periferia cada vez más pobre, y un mal llamado interior profundo. No cabe duda de que las provincias encierran una profundidad geométricamente mayor a la de la megalópolis “amontonada”, pero señalarlas como el interior siempre ha sido despectivo, desde los primeros unitarios y federales. Piensen los lectores de la Región Centro, a la cual llega en principio esta publicación, si este sector del país no merece, de una vez por todas, tener una representación nacional como lo hizo después de Caseros.

La Región Centro constituye una particularidad que irradia fuerza, vigor, influencia mucho más allá de sus límites, pero esto no se traduce en el poder nacional que tuvo Estanislao López, Justo José de Urquiza o Juan Bustos.  Sin embargo, fuentes allegadas al peronismo de la RC, coinciden en que la “orden” es votar en clave de provincia y no por afiliación para fortalecer su trama interna, su capacidad negociadora y su poder en la Nación, como lo hiciera Urquiza.

La insobornable identidad

Lo antedicho refiere únicamente a las fuerzas y a algunos candidatos que debieron competir, pero de ningún modo se excluyen otras causas de la derrota justicialista relacionadas con la inflación, la pérdida del poder adquisitivo, el desempleo, la brecha cambiaria y otras menos tangibles como el índice de confianza, las contradicciones dentro de la misma coalición y aquellas que se relacionan con los factores no lógicos de los electores: sus vivencias y su percepción frente a la falta de liderazgos. 

La interpretación aludida en el principio de este artículo es más que clara, aunque los acontecimientos sean sumamente confusos. En la Región Centro, en las PASO, con algunos matices diferenciales no ganaron filiaciones a fuerzas recientemente armadas, ganó un arraigado genoma colectivo. Ganaron las identidades que la historia forjó en cada una de las provincias. Está descontado el respeto que se le tiene a la diversidad de provincias y regiones que constituyen la Nación, pero la Región Centro tiene un alto valor simbólico: la terca y perseverante gringada junto al baqueano criollo y al aguerrido aborigen que dieron de comer al mundo. Parte el corazón, como diría José Mujica, que justamente el centro de la patria tenga escasa representación nacional. Es lamentable reconocer que el grueso de sus habitantes no perciba su valor y que más de un tercio haya perdido esa identidad tan inconfundible (que el lector analice las razones). Más deplorable aún es que su dirigencia no exhiba mayor generosidad y se debata en mezquinos intereses desperdiciando el precioso tiempo del crecimiento, la transformación, el poder para lograrlos y la legitima ambición de conducir la patria.

El ciudadano está desnudo

Así como para interpretar el resultado de las PASO y algún arriesgado pronóstico sobre la general se recurrió a describir las fuerzas y los candidatos participantes, lo que menos se puede olvidar es la conducta de los electores. En este sentido, Facundo Manes asegura que su incansable recorrida por todo el territorio bonaerense y, en parte, por el del país lo ha llevado a advertir que “el pueblo está sumamente consciente y delante de la dirigencia” (sic). La evidencia desestima esta afirmación. ¿Dónde ubica la conciencia de individuos a los que cuesta trabajo llamar ciudadanos que hace décadas bailan arriba de la ola? En el concretísimo caso de estas elecciones y en el tiempo de una década, está “eligiendo” de modo irresponsable, aleatorio  y pendular a uno u otro antagonista, comprometiéndose de la manera más bárbara con la mezquina dirigencia que polariza deportivamente las posturas como un negocio. Es necesario decirlo, el ciudadano que actúa con este nivel de abulia, apatía, desinterés no puede atribuirle todos los errores a la clase dirigente que emerge del seno mismo de su sociedad. La desidia se convierte en complicidad y, por lo tanto, en delito, aunque no constituya figura penal. Sin negar ninguna de las afirmaciones anteriores, cabe aceptar que los hechos y los dichos circulantes aproximadamente desde comienzos del tercer milenio, encierran un cúmulo sostenido de contradicciones. Casi cripticas. El bombardeo de miradas sobre un hecho, desde distintos ángulos, y de opiniones sobre un dicho, desde diferentes principios, confunde a tal punto de no poder validar una síntesis. Más claro: dos afirmaciones constituyen una negación. Realidad que se vuelve tanto incomprensible como agobiante para el ciudadano común. Aunque tendría que ser y no lo es, al periodismo le corresponde una tarea de docencia para colaborar con la institucionalidad y la decisión consciente del individuo. Del mismo modo, es responsabilidad legislativa ser parte de las incumbencias en los controles y en los códigos de éticas aceptados referidos a los medios tradicionales y al fuego cruzado sin límites de las redes sociales (recordará el lector numerosas demandas irresueltas hacia los grandes servidores y plataformas de los monopolios digitales). Dato que atenúa algunas conductas reprochables del electorado. No obstante, así como urge crear neologismos que nombren nuevas realidades, también es impostergable revisar y cuestionar axiomas dados como indiscutibles y evidentes: “Los pueblos nunca se equivocan”; “Los pueblos no se suicidan”; “Vox populi, vox dei” (la historia da cuenta de estas falacias).   

Zafarrancho de denominaciones

Columnistas, conductores, panelistas, políticos y dirigentes en general aseguran con ligereza que la sociedad y sus pretendidos representantes están dando un giro a la derecha. Algunos no pueden disimular una apurada complacencia y otros manifiestan un exagerado horror. Como primera acotación, es necesario volver a significar los conceptos de derecha e izquierda, desde ya eurocentristas. Si se trata de recurrir a la historia del país, la llamada derecha se asoció a diversos idearios en más de un caso contradictorios. Así fue derecha la representada por los dueños de la tierra y una particular práctica de la “esclavitud” o la de los poderes económicos concentrados dependientes de intereses oligopólicos nativos o extranjeros y una clase trabajadora generalmente explotada o la relacionada con el imperio de la meritocracia (no del mérito) de los patriciados y el orden establecido hasta la de una burguesía dura émula de los puritanos norteamericanos, identificada con el lema “Dios, patria, hogar”, moralista y demandante de la disciplina y empeñada en remarcar la distinción de clases o el mismísimo nacismo o neonacismo. Ideario que se concretó y representó en grupos también semiclandestinos de derecha con prácticas de logia relacionados con la proscripción del peronismo. Más sencillo sería identificarla con uno de los términos que interactúan en civilización o barbarie. Como se verá, el abanico de posibilidades conceptuales referidas a la derecha es no sólo amplísimo, sino también contradictorio.

Los contextos en los que circulan las palabras y sus significados son siempre cambiantes por lo que su contenido varía según el juego de las situaciones y las relaciones de poder. Aunque el lenguaje aparezca como uno de los institutos más represivos por el respeto a sus reglas, fluye continuamente, desde ya, no en los tiempos que se pretenden determinar. Entonces, cuando se habla de derecha a secas, no se indica nada o una superficial y reductiva alusión al orden o a la restricción de libertades. Efectivamente hubo un país de la derecha con la particularidad que durante más de medio siglo resultó derecha en lo político, pero siempre liberal en lo económico sin desconocer que a mayor concentración, desinversión y desempleo, menor reconocimiento de ese vago concepto liberal  si se lo descontextualiza.

Del mismo modo, se puede y se debe resemantizar izquierda ¿qué es hoy?,  después de la glasnost o la perestroika. ¿Un conjunto de postulados que se empeñan en perdurar o resistir su caída frente a un capitalismo vencedor y planetario (por lo menos, hasta más ver)? Ejemplos palmarios son China y Rusia, aún con los particularismos que responden a las “bondades” de sus anteriores regímenes. También se habla livianamente sobre que este siglo está asistiendo a un cambio de paradigmas. Afirmación demasiado ambiciosa aunque se perciban minúsculos picos de tierra nueva en un océano de capitalismo salvaje, no obstante en decadencia (es en la decadencia donde resurge lo peor y toma más fuerza lo que se le atribuía como superador, en principio, a la cosa que decae). Es tan novedoso como evidente aceptar que existe un movimiento centrípeto entre globalización y globalocación, como analizan los sociólogos y los politólogos quizás más agudos de lo que va de este tercer milenio. De todos modos, para quien escribe, la globalización siempre engendró más concentración, contrario a los que se entusiasmaron con ella y hoy se sabe que, más concentración, es más desigualdad. Se acepta que hay un movimiento globolocalizador, es decir, algo así como la defensa y desarrollo de lo propio, a favor de la uniformidad paradójicamente desigualadora. Pero no alcanza. En remedo de la geología, se está asociando este fenómeno con el deslizamiento de las capas tectónicas  o movimientos en los que el planeta o la tierra se reacomoda, estos movimientos no son definitivos: suponen repeticiones e implican un proceso. Es exactamente lo que la humanidad está viviendo ya desde finales del siglo XX: lo que ocurre con las palabras y lo que se trata de indicar por ellas. En este sentido, aquellos que insisten en la entidad y vigencia de la palabra izquierda, sin generalizar, enuncian algunas utopías ajadas verbalizadas por una serie ridícula de minúsculas aspiraciones que en el conjunto incuban grandes distopías. En las puertas de la tercera década del siglo XXI, lo único que se puede afirmar es que nada se puede afirmar, lo cierto es lo incierto y que, precisamente, estas dos décadas no anuncian un orden nuevo más o menos perdurable. Sería de cierta inteligencia asegurar que ésta no es época de siembra sino de desmalezamiento. Son escasísimos los hechos irreversibles como el cambio climático: nadie podrá atreverse a discutir sus consecuencias catastróficas. En el orden de lo humano –aunque exista relación- casi todo resulta inesperado, inestable y fortuito… Las  palabras derecha o izquierda son tan relativas como en Alicia en el país de las maravillas: tienen el significado que le asigna el capricho del poder. A tal punto ha llegado esta “anarquía semántica” que hoy puede haber populismo de derecha o populismo de izquierda, simples grados en la carga significativa de extremos difusos. Derecha o izquierda constituyen grados, no ideologías.

La necesaria convención lingüística

La semejante introducción anterior de barato orden filosófico y filológico, con el perdón de los especialistas, ha servido para prologar los sucesos de las revueltas P.A.S.O, anticipatorios de las próximas generales. El comportamiento cívico fue prima facie impecable. Luego, como en una compulsa hípica, aparecieron los números eyectados sin pizcas de explicaciones. Seudo interpretaciones, todas, con el imperio del único y avasallante mote de la derechización. Quien escribe estimaba que sobrevendría un periodismo de investigación cauto, medido, serio, chequeado y, por sobre todo, ecuánime. No obstante, ganó el vómito que duró más de una semana a partir de la concreción de los comicios y llegó a provocar naturalmente lo esperado: asco. Todos los números se representaban en innumerables planillas variopintas, pero un número teñía las pantallas: 14 o 15 y pico. Era el porcentaje de Javier Milei (¿el sapiens libertario anarco o el primate conservador?), ahora pronosticadas en 20 y algo. Consuetudinario comensal de programas televisivos de cualquier género, exhibía la esmerada técnica del machaque, esgrimiendo memoriosamente frases en repudio de Keynes y, por ahí, a favor de Smith. El resto de sus argumentaciones podía encontrar seguidores y adherentes en cualquier facción: el repudio bravucón a la casta política, sus prebendas y privilegios. ¿Quién podría oponérsele? El periodismo en general le atribuye a su cólera creativa la frase “Casta política”. Los reporteros dignos y conocedores del fenómeno político en la Argentina, hayan vivido o no aquellos años, sabrán que esa denominación fue impuesta en un Congreso Nacional del Movimiento Justicialista Renovador del ’85 que se oponía al ortodoxo nepotismo de Saadi. Fue el inigualable orador de las últimas décadas José Manuel de la Sota en el hotel Bauen.

Digresión salvada, salta de los estudios focales más rigurosos que la adhesión de adolescentes, jóvenes y excluidos no responde a los principios de un mercado arrasador sin Estado, como el que proclama Milei, sino a tonos, ritmos, cadencias, énfasis o gritos, bravuconadas e insultos que sectores enojados necesitan escuchar y reproducir. La forma por el fondo. Una forma asociada a la cólera que no se dirige a otro sino a sí mismos: la fórmula de la impotencia. Se arriesga aquí una afirmación al cien por ciento: Milei tendrá vigencia en tanto perdure solamente el enojo y éste sea aventado por la irresponsabilidad de ciertos comunicadores que por ahí parecen confundirlo con el odio.

La sociedad civil como conjunto y los que tienen capacidad de verbalizar públicamente deben insistir en que no es ésta época de siembra sino de desmalezamiento y que la necesidad futura será recuperar: no se trata de regresar a un pasado mítico sino de inventar una tradición renovada, parafraseando a S. Mill.

Por Carmen Ubeda

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *