Mar. Nov 5th, 2024

Oscar Bopp comenzó hace 36 años vendiendo chorizos y asado al paso en José León Suárez. Los domingos reúne a más de 1.200 comensales. Su hijo y su nieta siguen adelante. El recuerdo de los empleados.

El domingo fue su última vez: Oscar Bopp (76) llegó a «Los Talas del Entrerriano», la famosa parrilla de José León Suárez, su mejor creación. Estuvo en la caja, preparó y entregó pedidos, como todos los domingos de los últimos años. El look fue el tradicional: boina, bombacha de gaucho, cinturón ancho. Siempre decía que al menos quería estar un día de la semana en el lugar; que lo necesitaba, a pesar de que el local estaba a cargo de uno de sus hijos y una nieta. Pero algunos dicen que no fue el de siempre. Lo notaron raro, callado. Horas después, murió en su casa de Cardales.

Ayer, la noticia se difundió en las redes sociales de la parrilla. Cientos de mensajes lo recordaban y compartían fotos que se habían tomado con él, en la caja. La mayoría eran de clientes. Los Talas nació hace 36 años. El capital inicial fue de tres kilos de chorizos, dos de pan, uno de carbón, un caballete y un tablón convertido en una mesa compartida al aire libre. En esa misma esquina construiría un templo del asado. Al punto que los domingos llegaban a almorzar más de 1.200 personas; que un equipo de producción grabó en el lugar para un documental de Netflix. Y que le propusieron abrir sucursales en Londres y en un hotel de París.

Un periodista de Clarín lo visitó un domingo de 2019 y contó su historia. «A los seis, siete años, trabajaba de peón en el campo. Comía asado cuando podía. Yo me crié pobre, gracias a Dios», fue su presentación. A sus 25 años, con tres hijos, llegó a Buenos Aires. Se había cansado de trabajar en Entre Ríos a cambio de lo justo. Quería crecer.

«Yo tenía tercer grado. En las fábricas no me tomaban por eso. Un día le hice caso a una cuñada y mentí: les dije que había hecho hasta quinto, y entré. Era una fábrica textil. Trabajaba ocho horas por día. Para mí, acostumbrado a hacerlo en el campo, ese empleo era para descansar», recordó.

En la fábrica estuvo hasta comienzos de los ochenta. Se fue y con la indemnización compró una Ika Baqueano. Se hizo ciruja: salía a cargar botellas y cartones. Cinco años duró en el rubro de la basura. El próximo proyecto fueron los choripanes. A la par vendía kerosene. Un día de 1987 un tal Carrizo le dijo que vendía el lote en el que Oscar vendía choripanes. Sus primeros clientes eran camioneros, remiseros, repartidores. «Dame mil dólares por la mitad del lote», le pidió. A Oscar solo le interesaba el frente. No el fondo. Pero se animó. «Cada vez que me sobraba un manguito, lo invertía. La gente me enseñó que la gente podía privarse de todo, menos de comer. Por eso compré el lote completo y fui mejorando…».

La clave, y que aún hoy caracteriza a Los Talas, fue la decisión de poner todo al asador. Antes, venía trabajando con tiritas de asado. «Yo iba a los centros tradicionalistas y veía que hacían todo al asador. Eso me gustaba. Lo copié y me resultó. Y al tiempo me animé a hacer lechones», detalló. Más adelante alcanzarían a vender 408 lechones en un día. O 2.500 litros de locro, un feriado. Y hasta a recibir un micro con 87 turistas chinos. «Yo sabía que había que hacer las cosas bien. Es lo que siempre le exigí a mis empleados. Yo asé durante quince años. Y fui haciendo parrilleros. A todos mis parrilleros los hice yo», recomendó, a modo de fórmula.

En la actualidad trabajan seis parrilleros y entre mozos y adicionistas hay otros 23 empleados. Los Talas, que de tan famoso que se volvió Oscar, es mucho más conocido como «El Entrerriano», fue bautizado por sus clientes y vecinos como «Los Talas del Entrerriano», cuenta con un sector exclusivo para postres y otro que funciona como Herrería, donde se sueldan las cruces de asar y se fabrican los carritos para trasladar mercadería. En las cámaras se cortan los trozos de carnes y de verduras. De fondo solo se escucha folclore o chamamé. El fuego nunca se apaga. Los serenos se los encargados de mantenerlo durante la madrugada.

«Tratamos de mantener el estilo campo: no usamos mantel, servimos en tablas, la vajilla es de acero inoxidable. Apuntamos a reflejar el ‘comer argentino’; el plato criollo, autóctono. Lo rústico, o lo viejo, nunca va a quedar de lado. Lo demás es todo marketing», dijo Domingo, un encargado con 22 años en el lugar.

«Para muchos de nosotros era como un padre», confiesa un empleado. «Se te acercaba y te alentaba: ‘muchachos, miren que yo empecé a ganar plata a los 42 años. Sean pacientes, nada es imposible’. A todos los que se fueron para abrir un emprendimiento propio, los apoyó». Los domingos, el único día de la semana que no aceptaba la recomendación de su familia de quedarse en su casa, atendía a las decenas de personas que se acercaban a buscar comida. Oscar regalaba bolsones de mercadería. A los más jóvenes les preguntaba por qué no trabajaban, en lugar de acercarse a pedir.

A los empleados, lo mismo. Los veía terminar el turno y les decía que podían llevarse lo que quisieran. Crudo o cocinado. «Vos le agradecías y el tipo te decía ‘no, ¿qué gracias? Gracias a ustedes por venir a trabajar’. Cuando le querías mostrar lo que te estabas llevando, se ofendía. No quería mirar. Decía que no hacía falta», contó otro empleado.

Otra característica recordada por sus empleados tiene que ver con lo que le contó a Clarín en 2019. «Yo hice a mis parrilleros», contó. «El tipo hacía escuela. Te enseñaba el oficio. Si te tenía que retar lo hacía, pero a diferencia de cualquier patrón, también te felicitaba. La humildad nunca la perdió. Siempre nos decía que prefería hablar con ‘un croto’ antes que con un ‘cogotudo'», cierra, emocionado. Luego de tres días de luto, Los Talas volvió a abrir este jueves.

Fuente: Clarín

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